JUAN KNOX
Juan
Knox nació en Giffordate, Escocia. Aunque no se sabe con exactitud el
año de su nacimiento, se cree que fue como por el año 1513. Muy poco se
conoce sobre sus padres, aparte de que el padre era hijo de un
terrateniente respetable y rico; de modo que Juan no se crió en un hogar
pobre. Asimismo, el hecho de que haya recibido excelente educación,
indica que sus padres eran personas inteligentes y acomodadas. Ambos
eran católicos.
Siendo
Juan todavía muy pequeño falleció su madre, y el padre se volvió a casar.
Cuando Juan empezó a estudiar en la universidad, se daba por sentado que
llegaría a ser sacerdote; de modo que se dedicó a aprender latín y
griego. Sin embargo, sus planes no eran desempeñar las tareas regulares
y habituales de un sacerdote. Quería más bien especializarse para llegar
a ser un oficial jurídico de la iglesia.
Estudió en la universidad de Glasgow durante ocho años, para recibir su
licenciatura en artes. No bien se hubo graduado, llegó a ser profesor de
filosofía en la universidad. A los 25 años, Knox fue ordenado sacerdote.
Sin
embargo, pronto se sintió inquieto en cuanto a su nuevo cargo. Anhelaba
profundizarse más en la teología. Empezaba a ver cuán corrupta era, en
realidad, la iglesia Romana en Escocia. Mientras más estudiaba los
escritos de San Jerónimo y San Agustín, más lo conducían éstos a las
Escrituras. Al acudir al Nuevo Testamento, y al estudiar cuidadosa y
detalladamente las verdades contenidas en él, fue confirmado como
ciertas sus sospechas en cuanto a la iglesia Romana. Esto ocurrió más o
menos por el año de 1535, pero tardo siete años antes de decidirse a
renunciar a la iglesia de Roma y declararse como reformador.
Knox
sabía que le sería totalmente inútil quejarse acerca de la corrupción
que observaba en la iglesia. También sabía que si acaso decía algo en
contra de la iglesia, lo tacharían de hereje, y quizá hasta tratarían de
darle muerte. Al mismo tiempo, tenía que reconocer que la iglesia a la
cual pertenecía estaba profundamente comprometida. Como consecuencia,
empezó a estudiar, a reflexionar, a orar, y a pedirle a Dios que le
indicara lo que debía hacer.
El
protestantismo apenas se iniciaba en los primeros días de Knox. Un
predicador, de nombre Jorge Wishart, empezó a predicar, exponiendo los
males que prevalecían en la iglesia Romana. Juan Knox quedó tan
impresionado por lo que decía aquel hombre, que aprendió la verdad del
evangelio, dejó la iglesia Romana, y siguió la obra de Wishart. Se
convirtió en criado y ayudante de dicho pastor, y en todo tiempo llevaba
una espada, listo para proteger a su patrón.
Cuando
Wishart fue arrestado y condenado a ser quemado vivo, le pidió a Knox
que se separara de él, diciéndole que Juan sería perseguido, sin duda
alguna, y que no era necesario que ambos murieran como mártires. Knox,
al principio, se opuso, pero al fin siguió el consejo de su amigo. Knox
nunca más le volvió a ver, pues Wishart entregó su vida como un mártir
del Señor Jesucristo.
A
causa de sus creencias, Knox se vio forzado a huir de un lugar a otro,
con el fin de evitar que lo tomaran preso. Pensaba ir a Alemania, pero
sus amigos le convencieron a que se refugiara en un castillo. De este
modo, en la primavera de 1547, se mudó al castillo, llevando consigo a
los alumnos. (Antes de esto, había trabajado para dos familias como
tutor, y en parte también como sacerdote.) Sin embargo, sabiendo que sus
amigos lo buscaban, se sentía inseguro en el castillo; por lo tanto,
junto con sus alumnos, pronto se trasladó a la población de San Andrés;
en Escocia, en donde daba clases en una capilla todos los días.
Pronto
otras personas acudieron para escucharle, y con el tiempo Knox sintió
que Dios lo estaba llamando a predicarles el evangelio. Así lo hizo,
manifestando a la gente el pecado del pueblo escocés, y hablándoles de
la santidad de Dios.
Frisaba entonces los cuarenta años, y el interiormente tímido Knox,
súbitamente se convirtió en un predicador intrépido. No procuraba
presentar mensajes bellos, más bien decía al pueblo que había venido
como un profeta enviado de Dios, y que nos le traía palabras dulces y
agradables, sino palabras duras. A pesar de los problemas y las
persecuciones en el país, Juan Knox perseveró mostrando a al pueblo
pecaminosidad de sus corazones. Les decía que Dios derramaría Su ira
sobre ellos si no se arrepentían.
La
reina de Escocia por fin desterró a Knox y a sus seguidores, enviándoles
a Francia en un barco. Allí debía ser encadenado y condenado a las
galeras.
Un día
trajeron una pintura de la Virgen, y se les ordenó a los presos que le
besaran. Juan Knox rehusó hacerlo, y eso hizo que uno de los guardias le
pegara en la cara con el cuadro. En vez de besar la imagen, Juan Knox
lanzó la pintura al agua, exclamando: "¡Que nuestra señora se salve así
misma!. No pasa mucho. Que aprenda a nadar". Lo hizo así para indicar
que en su corazón estaba de parte del protestantismo; pues había puesto
su fe en Dios y en su Hijo, el Señor Jesucristo, y no en la iglesia
Romana. Aunque este incidente pude parecer de poca importancia, no
obstante, desde aquel día, y en adelante, ya no se le exigió a los demás
miembros del grupo que participaran en algo que era contrario a sus
propias creencias, y se le trató con más respeto. Después de diecinueve
meses, Knox fue liberado de aquella nave de esclavitud. Se marchó,
entonces, a Inglaterra, pues le era muy peligroso regresar a Escocia. Se
colocó en un puesto en la Iglesia Protestante de Inglaterra, y dentro de
poco tiempo, tenía a su cargo una congregación buena y floreciente.
Teniendo ahora más de cuarenta años, Knox llegó a conocer a Marjorie
Bowes, y se enamoró de ella. La madre de la joven concedió su permiso
para que se casaran, pero el padre no quiso consentir, puesto que
simpatizaba con la iglesia Romana. Después de esperar por tres años,
confiando en que él iba a ceder, finalmente se casaron.
Por un
tiempo, todo parecía irle bien. Ya no sufría la oposición que había
soportado anteriormente, y la vida le parecía un poco más fácil. No
obstante, ese mismo hecho le molestaba. Sabía que no debía debilitarse
en su manera de predicar. No podía pedirle a Dios Su divina dirección si
no le era fiel en proclamar la verdad. Knox decidió que no le temería a
nadie.
En
diciembre de 1551 fue elegido para ser uno de los seis capellanes reales.
Como resultado de ello, no sólo predicaba en la corte del joven rey
Eduardo VI, el cual pronto llego a ser su amigo íntimo, sino que también
tuvo la oportunidad de visitar iglesias en todas partes del país. Esto
fue muy cansador para Knox, pero él siguió predicando fielmente. Apenas
tres años atrás había sido un esclavo en una galera francesa. Ahora era
uno de los representantes de Inglaterra, predicando en todas partes del
reino, e inclusive dando sugerencias en cuanto a cambios en el orden del
culto en las iglesias. En julio de 1533, el joven rey de Inglaterra
murió, a los dieciséis años. Su trono pasó a María Tudor, conocida en la
historia como "Maria la Sangrienta". Al poco tiempo, toda la ley que
favorecía al protestantismo fue revocada. Todo cambió entonces para Juan
Knox. Su sueldo fue suspendido. Sus buenos amigos estaban muriendo como
mártires.
Knox
sabía que su ministerio ya no podría continuar siendo efectivo en
Inglaterra. Sabía que tendría que dejar a su esposa, y a la familia de
ella, y huir a Francia. Pero prometió regresar. Desde Francia, siguió su
camino hacia Suiza, en donde fue recibido calurosamente por los
ministros y las iglesias protestantes.
Después de dos meses regresó a Francia. Se sintió feliz al hallar allí
varias cartas. Una de ellas le informaba que su esposa y su suegra
estaban seguras. Sin embargo, la persecución iba en aumento, de modo que
no era prudente regresar.
Apesadumbrado regresó a Suiza. Un grupo de refugiados protestantes había
formado una iglesia en Francfort, Alemania, y le pidieron a Knox que
fuera su pastor. Sirvió allí durante más o menos un año.
Mientras tanto, algunos cambios políticos habían ocurrido en Escocia; y
a los protestantes se les concedió más libertad.
Para
1555 recibió una petición urgente, rogándole que regresara a su patria.
Así lo hizo, pasando primero por Inglaterra, en donde encontró a su
esposa sana y segura. Luego fue a Escocia.
Al
volver de nuevo a su patria, Knox observó que parecía haber una nueva
actitud en la generación reciente. Esto no sólo lo sorprendió, sino que
también lo puso muy contento. La última vez que había estado en Escocia
había predicado acerbamente en contra de la iglesia Romana, la misa, y
los métodos empleados por los líderes de tal iglesia. Ahora sentía que
debía predicar un mensaje más positivo. Todavía creía firmemente que la
gente debía salir de la iniquidad de la iglesia Romana, pero ahora
sentía que tenía también que conducirles a dar un paso más hacia delante.
¿Qué tenían que hacer al abandonar tal iglesia?. Konx les enseñó a
celebrar la Cena del Señor semanalmente, a estudiar la Palabra de Dios y
a reconocer que formaban parte de la Iglesia de Jesucristo.
La
reina María, y también los obispos de Escocia, llegaron a enterarse de
la predicación sin rodeos de Knox. Conociendo el carácter de dicho
predicador, le ordenaron comparecer ante ellos el 15 de mayo de 1556.
para su sorpresa, cuando apareció en Edimburgo no se encontraba solo. Lo
acompañaba una inmensa multitud, lista para actuar sí acaso alguien
osaba levantar la mano en contra de su pastor. De inmediato los obispos
retiraron la citación; y desde entonces se le permitió predicar
abiertamente y a congregaciones más numerosas que antes.
Poco
después de esto, recibió un llamado de parte de su iglesia en Suiza.
Regresó de inmediato. Por primera vez pudo establecer un hogar en
Ginebra. Durante los tres años siguientes le nacieron dos hijos,
Natanael y Eliécer. Aun cuando Knox y su familia estaban felizmente
radicados en Suiza, él todavía ardía en deseos de evangelizar al pueblo
de Escocia. Fue invitado otra vez por los ministros reformados de
Escocia, y así, en mayo de 1559, regresó nuevamente a su tierra.
En
1560 falleció su esposa. Le quedaban dos hijos pequeños, y su suegra, de
la cual también tenía que cuidar. Ambos hijos recibieron una buena
educación, en preparación para el ministerio. Sin embargo. Los dos
murieron muy jóvenes, y sin hijos.
La
vida entera de Juan Knox parecía estar llena de luchas a causa de sus
convicciones. Una reina se levantaba tras otra, un problema detrás de
otro, y también había guerras, persecuciones y ansiedades. Más sin
embargo, Knox permaneció firme, porque estaba seguro de que hacía lo que
era recto.
Cuatro
años después de la muerte de su esposa Marjorie, Knox se volvió a casar;
esta vez con Margarita Stuart Ochiltree, una jovencita de diecisiete
años. Juan Knox tenía ya cincuenta años, de modo que su casamiento
ocasionó bastante habladuría. No obstante, Margarita resultó ser una
cónyuge digna y congenial para Knox; y vivieron felices hasta que él
murió. De este matrimonio nacieron tres hijas. Después de sus segunda
nupcias, Knox participó muy poco en la vida política y pública. Siguió
predicando, pero más reposadamente.
A
fines de 1570, pocos años después de haberse casado con Margarita, Knox
sufrió una leve embolia, que le dejó sin habla por un breve tiempo. No
podía caminar ni escribir; todo el mundo creía que le había llegado su
fin. Sin embargo, a la semana siguiente estaba de nuevo en el púlpito,
predicando como de costumbre. En noviembre de 1572, cayó otra vez
enfermo, y esto le debilito en extremo. El día de su muerte se pasó
escuchando a su esposa y a otras personas, a las cuales había pedido que
leyeran algunos pasajes bíblicos. Leyeron durante varias horas seguidas;
y luego, siendo las once de la noche, se arrodillaron para orar a Dios.
Juan Knox murió en paz, y se fue para estar con el Señor, a Quien había
amado y servido. |