Hubo
un tiempo, no hace mucho, cuando pocas personas tenían
autos. La mayoría de la gente caminaba a donde tuvieran que
ir, debido a que caminar era seguro y los peatones se
enorgullecían de cuán fuertes eran sus piernas. Algunos
tenían autos, pero como la mayoría de las personas
sospechaban de esas "chucherías nuevas", muchos
de los conductores mantenían sus autos guardados en los
garajes para que nadie pensara que eran raros. Los sacaban
el domingo, pero los guardaban de nuevo el resto de la
semana.
Generalmente, no se consideraba cortés
hablar de autos. Cuando surgía el tema de los
"autos", los que caminaban se sentían nerviosos,
y la mayoría de los conductores tenían cuidado de no
ofender a nadie que no tuviera uno.
Un día, un adolescente llamado David
caminaba hacia la escuela, como siempre. Había estado
mirando a los autos pasar y estaba pensando respecto a cuán
cansado estaba. De pronto, uno de sus amigos se detuvo y le
preguntó sí quería que lo llevara. Sus otros amigos, que
estaban caminando con él, le advirtieron que no lo hiciera
y se burlaron del conductor. Pero David era curioso.
"Muy bien, iré contigo, pero sólo
esta vez", dijo David para beneficio de sus amigos
peatones. Había un hombre de apariencia amistosa sentado en
el asiento delantero, así que David abrió la puerta y se
subió al asiento trasero.
-¿Quién es él? -le preguntó David a su
amigo.
-Oh, es el dueño del auto replicó su
amigo-conductor. Él va conmigo a donde quiera que vaya.
Viene con el auto, o más bien, el auto viene con él. Me
está enseñando como manejar y me muestra los mejores
lugares a dónde ir y cómo llegar allí.
Esto le pareció muy extraño a David, ya
que estaba acostumbrado a caminar por dondequiera que él o
sus amigos desearan ir. Pero tenía que reconocer que su
amigo-conductor ciertamente parecía feliz y mucho menos
cansado que él. Así que se recostó y los miró mientras
hablaban.
Muchas veces el hombre leía el manual del
dueño del auto. David no podía entender mucho, pero su
amigo-conductor parecía encontrar la información muy útil
para manejar.
Finalmente, David le preguntó a su amigo cómo
fue que obtuvo el auto.
-Él me lo dio para que lo usara -dijo el
conductor, señalando al hombre en el asiento delantero.
-¿Él te lo dio?
-Así es. Y también te dará uno a ti. Con
dos condiciones.
-¿Qué condiciones?
-Uno, tienes que dejar que vaya contigo
dondequiera que vayas. De paso, eso no es muy difícil. Una
vez que lo conozcas, no vas a querer ir a ninguna parte o
hacer nada sin él.
-Muy bien, eso me parece bien, ¿Cuál es la
otra condición? -preguntó David emocionado.
-Tienes que estar dispuesto a convertirte en
un conductor en lugar de peatón.
Pero todos mis amigos son peatones.
-Sí, eso es cierto, David, pero todos tus
amigos también están cansados.
David pensó en el negocio y finalmente
accedió. Su amigo inmediatamente manejó al lote de autos
nuevos y David vio el auto que quería. Cuando abrió la
puerta y se subió al asiento del conductor parecía como si
lo hubieran hecho justamente para él. Y para sorpresa suya,
ese bondadoso hombre estaba sentado a su lado sonriendo.
Así que partieron. Manejar parecía fácil.
El hombre le mostró cómo virar. Le enseñó acerca de las
señales de tránsito y por qué debían ser obedecidas. Le
advirtió acerca de los peligros y lo llevó a ver hermosos
lugares.
Un día el hombre le dijo que manejara a la
escuela.
-¿Manejar a la escuela? ¿Estás loco? -preguntó
David asombrado- ¡Todos mis amigos van a pensar que estoy
loco!
-¿Creíste que tu amigo-conductor estaba
loco? preguntó pausadamente el hombre.
Sí. Es decir, bueno, un poco. Bueno, por lo
menos al principio. Pero no entiendes. Mis amigos no pueden
todavía manejar esto. Es demasiado nuevo. No, hoy no sería
un buen momento para esto. Mañana será mejor. Sí, mañana
manejaré a la escuela, ¿muy bien?
El
hombre se quedó callado mientras David salió por el camino
hacia las hermosas montañas que habían visto ayer. A
medida que manejaban pasaron por unos edificios de
apariencia extraña en donde los conductores parecían
ponerle cierta clase de líquido a sus autos. El hombre
siguió animando gentilmente a David para que se detuviera y
entrara.
-¡Hoy no, señor! No tengo tiempo para eso.
Tenemos que llegar a las montañas y
regresar antes de que oscurezca. Quizás mañana.
El hombre se quedó callado de nuevo.
David encendió la radio para no sentirse
solo. Había muchas estaciones para escoger. Algunas
estaciones tenían conferencistas interesantes ofreciendo
sugerencias del manual del dueño para manejar. También había
canciones acerca de la importancia de detenerse en las
estaciones de servicio.
"Hum. Propagandas estúpidas",
murmuró David mientras cambiaba la estación.
Finalmente encontró música que le gustaba.
Algunas de las canciones hablaban acerca de las grandes
cosas que podían hacer los peatones. Otras canciones le
advertían que no escuchara a nadie sino a sí mismo. Comenzó
a pensar acerca de todo lo que se estaba perdiendo, ahora
que era un conductor.
Luego de manejar por varias horas, el auto
comenzó a actuar de manera extraña. Ya estaban muy adentro
en las montanas, con muy pocos autos a su alrededor.
A medida que el auto se detenía, David le
preguntó al hombre qué era lo que andaba mal.
El hombre parecía estar dormido. David
estaba enojado con el auto y con el hombre.
Se salió, cerró la puerta, y miró el
motor como había visto a otros hacer, pero no tenía idea
alguna en cuanto a qué hacer.
"No voy a llegar a ninguna parte de
esta manera" se dijo a sí mismo.
-Oye, ¿puedes ayudarme a empujar esta estúpida
cosa? -le gritó al hombre. Pero no obtuvo respuesta alguna.
Así que comenzó a empujar el auto de
vuelta a casa. De vez en cuando pasaba a otro conductor que
empujaba su auto. Ellos como que se sonreían el uno para
con el otro demostrando valor y se apresuraban en el camino.
Algunos de los conductores que andaban empujando le dijeron
a David que habían estado haciendo esto por años. Se veían
muy cansados. David se preguntó si siquiera recordaban cómo
realmente se manejaba un auto.
De vez en cuando David pasaba una de las
estaciones de servicio y las personas amistosas que se
encontraban allí le gritaban saludos animándolo a que
entrara. Algunos le dijeron que su auto estaba sin gasolina,
y ellos podían ayudarlo a llenarle el tanque de nuevo.
Uno de ellos dijo: "Todo está escrito
en el manual del dueño".
"Lo siento, no puedo hoy. Estoy
demasiado ocupado. Quizás mañana", dijo David
mientras continuaba.
Lo más difícil era tener que soportar la
risa y los dedos señaladores de los peatones mientras
pasaba. David deseó jamás haber llegado a ser conductor.
Estaba más cansado que nunca antes. Y ahora estaba
oscureciendo, y estaba un poco asustado.
Finalmente, cuando David estaba a punto de
agotarse, un compañero conductor se le acercó y se salió
de su auto.
---Oye, amigo, realmente te ves cansado. ¿Qué
pasa?
-Estoy tratando de llegar a casa -le dijo
David.
-Bueno, oye, ¿no te das cuenta de que tu
auto tiene un motor adentro? Tiene mucho más poder que tú.
-Sí, lo sé. Al principio era magnífico,
pero no puedo arreglármelas para que funcione de nuevo.
David casi lloraba mientras miraba los simpáticos ojos del
otro conductor.
-Sé exactamente qué es lo que quieres
decir. Empujé mi auto por años antes de darme cuenta de
que necesitaba invertir el tiempo para detenerme en una
estación de servicio y llenarlo de gasolina.
David no podía creer lo que escuchaba.
-Oh, he sido tan estúpido. El dueño de mi
auto seguía diciéndome eso, pero no escuchaba.
-Sí, yo tampoco. Oye, no seas idiota como
yo. Déjame ayudarte a empujar a esta estación de servicio
allá adelante. Y, de paso, si le dices al dueño lo tonto
que has sido y le dices que quieres escuchar de nuevo lo que
tenga que decir, creo que podría ayudarnos.
Los dos conductores habían estado tan
ocupados hablando que no se percataron de que el auto de
David ya iba a mitad de camino hacia la estación de
servicio. El dueño se había salido silenciosamente de su
asiento y había empezado a empujar por ellos.
---Oye,¡espera! -gritó David, con lágrimas
corriendo por su rostro. No tienes que hacer eso solo. Déjame
ayudarte.
David corrió tan rápido como pudo para
alcanzar al hombre. Cuando lo alcanzó le faltaba el aire.
-Señor, he estado tan ocupado escuchándome
que dejé de escucharte. ¿Podrías perdonarme?
El hombre sonrió.
-Puedes llamarme Jesús, mi hermano.
Ahora, ¿podrías dejar de hablar y empezar
a empujar? Tenemos que llegar a tu casa para que te prepares
a manejar para ir a la escuela mañana. ¿Muy bien?
-Oh, sí. Dije eso, ¿verdad? -David pareció
avergonzado.
-Sí, eso dijiste.
-¿Irás conmigo? -preguntó David
esperanzado.
-Fui contigo hoy, ¿verdad?
David asintió.
-David, mi querido amigo, la pregunta nunca
es si voy a ir contigo o no. Jamás te dejaré ni te
abandonaré. La pregunta es, ¿iras conmigo?
Tomado del libro "Llénate de luz,
no de miedo", escrito por Neil Anderson y Rich Miller,
publicado por Editorial Caribe. 1996 © Derechos reservados.