Plática
de C. H. Spurgeon a sus estudiantes y ministros educados
en su Instituto Queridos compañeros de milicia: somos
pocos y tenemos ante nosotros una lucha desesperada; de
consiguiente, urge que cada uno de nosotros sea lo más útil
posible y se esfuerce al grado más alto posible.
Queridos
compañeros de milicia: somos pocos y tenemos ante nosotros una
lucha desesperada; de consiguiente, urge que cada uno de
nosotros sea lo más útil posible y se esfuerce al grado más
alto posible. Es cosa de desear que los ministros del Señor
sean lo más escogido de la Iglesia, sí, lo más escogido del
universo entero, porque tal es la demanda del siglo, por tanto,
respecto a vuestras personas y talentos individuales, os encargo
la divisa: ¡Adelante, adelante! Adelante en cualidades
personales, adelante en dones y gracias, adelante en
la conformidad a la imagen de Cristo. Los puntos que trataré
empiezan en la base y ascienden.
En
primer lugar, queridos hermanos, creo necesario que me diga
a mí mismo y a vosotros que debemos avanzar en aptitudes
mentales. No conviene, de ninguna manera, que nos
presentemos continuamente en la peor condición. Ni en la
condición mejor valemos nada para El; pero, cuando menos, no
hagamos ofrenda con tacha o defecto por nuestra pereza. «Amarás
al Señor tu Dios de todo corazón» es tal vez un precepto más
fácil de cumplir que amarle con toda nuestra mente; no obstante,
debemos entregarle tanto nuestra mente como el centro de
nuestras afecciones, y nuestra mente bien provista para que no
le ofrezcamos una cabeza vacía. Nuestro ministerio requiere
mentalidad. No digo que sea del todo cierta la frase «siglo de
las luces», que tanto se usa; pero es cierto que ha habido
bastante progreso en la educación entre todas las clases
sociales y creo que aumentará aún más.
Ya
no se toleran sermones que sean atentados contra la gramática.
Aun en los distritos rurales de los que se decía «nadie sabe
nada» hay algún maestro de escuela, y la falta de educación
en el predicador será mayor impedimento que antes; pues cuando
el orador quiera que los oyentes se acuerden del Evangelio, sólo
se acordarán de sus expresiones antigramaticales y las repetirán
como una cosa de broma, en lugar de repetir las doctrinas
divinas con la seriedad que fuera de desear.
Queridos
hermanos, debemos cultivarnos cuanto sea posible, y esto primero,
por recoger conocimientos vastos generales, y luego, por
adquirir discernimiento para poder zarandear el montón y,
finalmente, por una firme retención de mente, mediante la cual
podamos almacenar en el alfolí el trigo zarandeado. Estas tres
cosas no serán igualmente importantes, pero son todas
necesarias para ser predicador completo.
Es
preciso, digo, hacer grandes esfuerzos para adquirir
conocimientos, especialmente bíblicos. No debemos limitarnos a
un asunto de estudio si queremos ejercer y desarrollar nuestras
facultades intelectuales todas... De todos modos, nuestro
estudio principal es la Escritura. El trabajo principal del
herrero es herrar caballos: que tenga cuidado en saber hacerlo
bien, porque aun cuando supiera poner un cinturón de oro a un
ángel, si no sabe hacer herraduras y fijarlas en las patas del
caballo, fracasará como herrero. Importa poco que sepáis
escribir la poesía más brillante si no sabéis predicar un
sermón bueno que lleve consuelo a los santos y convicción de
pecado a los pecadores. Estudiad la Biblia, hermanos, estudiadla
con todos los buenos auxiliares que podáis conseguir, acordándoos
de que hay facilidades hoy que no poseían nuestros padres y,
por lo mismo, se puede en justicia pedir de vosotros que sepáis
más que ellos.
Instruíos
bien en la teología sin hacer caso alguno de los que se mofan
de ella, ignorantes de lo que se trata. Muchos oradores no son
teólogos; de aquí los errores que propalan. No perjudica al
evangelista más ardiente ser teólogo sano: le salvará de
cometer equivocaciones dañinas. Actualmente, oímos
predicadores que sacan una frase del contexto y gritan: ¡Eureka.
Eureka! como si hubiesen hallado una verdad nueva, cuando la
verdad es que no han hallado un diamante, sino un pedazo de
vidrio quebrado. Si hubiesen sabido comparar lo espiritual con
lo espiritual o comprendido la analogía de la fe, o conocido la
sabiduría santa de los grandes escudriñadores de las
Escrituras en las edades pasadas, no se apresurarían tanto a
echar a los cuatro vientos la noticia de su conocimiento
maravilloso. Hagámonos bien y profundamente familiares con las
grandes doctrinas de la Palabra de Dios y poderosos en la
explicación de las Escrituras.
Estoy
seguro de que ninguna predicación durará y edificará mejor a
la Iglesia como la predicación expositiva de la Palabra.
Renunciar del todo a la predicación exhortiva por la expositiva
sería ir a un extremo dañino, pero no es demasiado si insisto
que, si vuestro ministerio ha de ser duradero y eficaz, debéis
llegar a ser expositores. Para este fin es necesario que
comprendáis la Palabra vosotros mismos y que seáis capaces de
comentarla de modo que la gente sea edificada por ella. Sed
maestros en la exposición de la Biblia, hermanos. Podéis dejar
de estudiar cualquier obra por buena que sea, pero que no se os
ocurra esto con la Biblia: familiarizaos con los escritos de los
apóstoles.. «La Palabra de Cristo habite en vosotros en
abundancia.»
Por
otra parte, colocando en primer término, y por encima de todo
otro estudio, el de la Palabra inspirada, no debemos, sin
embargo, despreciar otros estudios de utilidad positiva para el
ministerio. En los hechos históricos y en los de la naturaleza
abundan enseñanzas preciosas sobre el gobierno de Dios y su
providencia. No temáis instruimos demasiado. Si la
gracia abunda, no os hinchará la ciencia, ni dañará vuestra
fe en la sencillez del Evangelio. Servid a Dios con la cultura
que tengáis, dándole gracias porque se digna emplearos como
bocinas de cuerno de carnero; pero si hay posibilidad de que
lleguéis a ser trompetas de plata, escogedlo con preferencia.
He
dicho que es preciso aprender a discernir, y en estos días
es muy necesario insistir en este punto. Muchos corren en pos de
novedades, encantados por cada nueva invención. Aprended a
distinguir entre la verdad y la imitación y no seréis
desviados. Algunos se apegan, como el molusco a la roca, a
ciertas enseñanzas antiguas que no son otra cosa que errores
antiguos. Probadlo todo con la piedra de toque, la Palabra
divina, y guardad lo bueno. El uso del cedazo y el aventador es
de gran necesidad.
Queridos
hermanos, el hombre que ha pedido al Señor que le dé vista
clara mediante la cual pueda ver la verdad y discernir sus
relaciones con el conjunto de la verdad entera, y quien por
causa del constante uso de sus facultades ha conseguido un justo
juicio, este tal está en condiciones de ser un guía de las
huested del Señor; pero todos no son así. Da pena observar cómo
muchos aceptan cualquier cosa con tal que se les presente con
seriedad. Se tragan la medicina de cualquier charlatán
religioso que tenga bastante osadía para aparecer sincero. No
seáis niños de entendimiento, sino probad con cuidado antes de
aceptar. Pedid al Espíritu Santo que os dé la facultad de
discernir, v así podréis conducir vuestros rebaños lejos de
los pastos venenosos y guiarlos a los pastos buenos y sanos.
Cuando,
con el tiempo debido, hayáis alcanzado el conocimiento y la
facultad de discernir, buscad luego la capacidad de retener y
guardar firmemente lo que habéis aprendido. Actualmente algunos
se glorian de ser veletas. No guardan nada; no tienen nada digno
de guardar. Creyeron algo ayer, pero no lo creen hoy, ni lo de
hoy lo creerán mañana. Y sería profeta mayor que Isaías
quien fuera capaz de decir qué creerán en la próxima luna
llena, porque están siempre cambiando de sar como si hubieran
nacido bajo dicha luna, participando de sus fases. Tales
personas pueden ser honradas como pretenden, pero ¿para qué
sirven? Como buenos árboles transplantados con frecuencia,
pueden ser de buena calidad, pero no producen nada. Su fuerza se
gasta en echar raíces y volver a echarlas, no quedándoles jugo
para llevar fruto alguno.
Aseguraos
de poseer la verdad y aseguraos de guardarla. Estad dispuestos a
recibir verdades nuevas si son verdaderas, pero sed tardíos
en aceptar una creencia que pretende haber hallado una luz
superior a la del sol. Las nuevas verdades que se venden por las
calles,
como
la segunda edición del diario de la noche, no son, generalmente,
mejores que éstos. La bella virgen de la verdad no se pinta las
mejillas ni se adorna la cabeza como Jezabel, siguiendo
cualquier moda filosófica: se contenta con su propia hermosura
natural, y su aspecto es esencialmente el mismo, ayer, hoy y por
los siglos.
Los
hombres que cambian son, generalmente, personas que necesitan
ser radicalmente cambiadas ellas mismas. Nuestro envanecimiento
de «pensamiento a la moderna», está haciendo un daño
incalculable a las almas, y se asemeja a Nerón pulsando la lira
al contemplar desde lo alto de su palacio el incendio de Roma.
Las almas van a la condenación mientras ellos siguen tejiendo y
destejiendo teorías. 11 infierno está con su boca abierta
tragando almas a millares, mientras los que debieran proclamar
la Buena Nueva de salvación están «fabricando nuevas líneas
de pensamiento». Los asesinos de almas, altamente educados,
hallarán que su decantada cultura no les sirve de excusa alguna
en el día del juicio.
Por
amor de Dios, procuremos saber bien cómo salvar las almas y
luego ¡pongamos manos a la obra! Estar discutiendo la manera de
hacer pan, mientras la gente muere de hambre, es proceder
detestable y criminal. Es hora de que sepamos qué predicar y si
no, dimitamos de una vez. «Siempre aprenden y nunca pueden
acabar de llegar al conocimiento de la verdad», es el lema que
cuadra a los peores más bien que a los mejores de los hombres.
En Roma vi a un muchacho extrayéndose una espina del pie. Volví
al cabo de un año y allí estaba el mismísimo muchacho extrayéndose
la espina todavía. ¿Será esta estatua nuestro modelo? «Doy
forma a mi credo cada semana» fue la confesión que me hizo un
pastor de esos que reciben todo lo nuevo. ¿A qué asemejaré a
los tales? ¿No son semejantes a esas aves que frecuentan el
Cuerno de Oro y se ven desde Constantinopla, de las cuales dicen
que están siempre sobre las alas y nunca reposan? Nadie las ha
visto jamás posar en el mar ni en la tierra. Están siempre en
el aire, y dice la gente del país que son «almas perdidas»,
que buscan descanso sin hallarlo.
Ciertamente,
las personas que no han hallado descanso personal en la verdad,
si no viven sin salvación ellas mismas, es muy dudoso que
logren la salvación de otros. El que no tiene ninguna verdad
segura que predicar, no debe extrañarse si los oyentes no le
prestan confianza. Es indispensable que conozcamos la verdad,
que la comprendamos y que la guardemos o retengamos firmemente;
pues de no ser así, es imposible que llevemos a otros a creerla.
Hermanos, primero os encargo que procuréis conseguir
conocimiento y discernimiento, y luego, habiendo practicado el
discernimiento, que os esforcéis en ser arraigados y fundados
en la verdad. Cuidad de que las operaciones de llegar el granero,
aventar el trigo y almacenarlo, se ejecuten a tiempo y
debidamente, y así iréis mentalmente «adelante».
(El
segundo punto trata del adelanto en oratoria: estilo claro,
robusto, persuasivo. El tercero, de la moralidad: Dominio
de pasiones, dominio de la lengua, del genio, etcétera.)
En
cuarto lugar, y sobre todo lo dicho, necesitamos adelantar
en cualidades espirituales, en gracias que el Señor mismo obre
en nosotros. Estoy seguro que esto es lo principal. Las demás
cosas son preciosas, pero esto es inapreciable.
Necesitamos
conocernos a nosotros mismos. El predicador debe ser grande en
la ciencia del corazón, en la filosofía de la experiencia
interior. Hay dos escuelas de experiencia y ninguna quiere
aprender de la otra; pero nosotros procuremos aprender de ambas.
Una habla del cristiano como quien conoce la profunda depravación
de su corazón, que comprende lo engañoso de su naturaleza,
sintiendo diariamente que en su carne no hay. nada bueno. «El
hombre -dicen- que no conoce ni siente esto; experimentando
amarga pena de día en día, no posee en sí la vida de Dios.»
No vale la pena hablar a éstos de libertad, de gozo en el Espíritu
Santo: no lo quieren.
Aprendamos
de estos hermanos Saben mucho de lo que debe saberse y ¡ay! del
ministro que ignora este caudal de conocimiento. Otra escuela de
creyentes se fija mucho en la obra gloriosa del Espíritu de
Dios, y hace perfectamente bien en ello. Creen en el Espíritu
como potencia purificadora que limpia el corazón como el
establo de Augias, haciéndolo morada del Espíritu. Pero, a
veces, hablan como si hubieran cesado de pecar y de ser objeto
de la tentación, gloriándose como si la lucha hubiera
terminado y la batalla ganada.
Aprendamos
también de estos hermanos todo lo que nos pueden enseñar. Séannos
familiares los picos de los collados y la gloria que reflejan
los Hermón y Tabor, donde podamos ser transfigurados. No
tengamos miedo de llegar a ser demasiado santos. No tengáis
miedo de llegar a ser demasiado llenos del Espíritu Santo. Os
quisiera ver sabios desde todos los puntos de vista y capaces de
tratar con los hombres, tanto en sus conflictos como en sus
goces; tan familiarizados con los unos como con los otros.
Sabed
dónde os dejó Adán; sabed dónde el Espíritu os ha colocado.
Pero no sepáis una sola de estas dos cosas con exclusión de la
otra. Creo que si hay hombre que se sienta dispuesto a gritar:
«¡Miserable hombre de mí!, ¿quién me librará del cuerpo de
esta muerte?, será el ministro, porque es preciso que seamos
tentados en todas las cosas, para que seamos capaces de consolar
a otros. La semana pasada vi en un coche del ferrocarril a un
pobre hombre con su pie colocado en el asiento. Al verlo, le
dijo un empleado: «Esos almohadones no se han puesto aquí para
poner usted los pies.» El hombre calló, pero en cuanto se alejó
el empleado levantó otra vez la pierna, diciéndome: «Ése,
sin duda, nunca se ha roto la pierna como yo, si no, seguramente
no sería tan duro para conmigo.» Cuando he oído a hermanos
que han vivido con comodidades, disfrutando buenos sueldos,
denunciando a otros muy atribulados porque no se han regocijado
como ellos, he comprendido que nada sabían de los huesos rotos,
que otros llevan durante toda su peregrinación por el mundo.
Hermanos,
procurad conocer al hombre en Cristo y fuera de Cristo.
Estudiadle su psicología, sus secretos y sus pasiones. Este
estudio no lo podéis hacer en los libros; es preciso tener
experiencia espiritual, personal: sólo Dios os la puede dar.
Entre
las adquisiciones espirituales se necesita, más que toda otra
cosa, conocer al que constituye el remedio para toda enfermedad
humana: conocer a Jesús. Sentaos a sus pies. Estudiad su
naturaleza, su obra, sus experimentos, su gloria.
Regocijaos
en su presencia: tened comunión con E1 de día en día. Conocer
a Cristo es comprender la más excelente de las ciencias. Si tenéis
comunión con la sabiduría, no dejaréis de ser sabios; no os
faltará poder si tenéis comunión con el poderoso Hijo de Dios.
El otro día vi en una gruta italiana un pequeño helecho que
crecía, donde sus hojas constantemente brillaban y vibraban en
la llovizna de una fuente. Permanecía siempre verde y no le dañaban
ni el ardor del verano ni el frío del invierno. Así
permanezcamos nosotros constantemente bajo la bendita influencia
del amor de Jesús. Permaneced en Él, hermanos, no le hagáis
alguna visita tan sólo: Permaneced en ÉI. Dicen en Italia que
donde no entra el sol debe entrar el médico.
Donde
no brilla Jesús está enferma el alma. Calentaos en sus rayos y
estaréis vigorosos en su servicio El domingo pasado traté un
texto que me dominaba: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre.»
Dije a los oyentes que los pobres pecadores que habían acudido
a Jesús por fe pensaban que ya le conocían, pero que sólo sabían
un poco de ÉI. Cristianos de sesenta años de experiencia que
habían andado con r-1 diariamente pensaban que le conocían,
pero ya no son principiantes más. Los espíritus hechos
perfectos delante del trono que le han adorado constantemente
por cinco milenios piensan tal vez que le conocen, pero no le
conocen plenamente. «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre.» Tan
glorioso es, que sólo el Padre infinito le conoce en absoluto,
y, por lo tanto, no habrá límite en nuestro círculo de
pensamientos, si hacemos a nuestro Señor el gran objeto de
nuestras meditaciones.
Hermanos,
el resultado de esto, si hemos de ser fuertes, será que seamos
conformados al Señor. ¡Oh, si fuéramos semejantes a Él!
Bendita sea esa cruz en la cual padeceremos, si sufrimos por ser
semejante al Señor Jesús. Si logramos conformidad con Cristo,
tendremos una unción maravillosa en nuestro ministerio; y sin
ésta, ¿qué vale nuestro ministerio?
En
una palabra: precisamos santidad de carácter. ¿Qué es la
santidad? ¿No es entereza de carácter? ¿Una condición
equilibrada en que no hay ni falta ni sobra? No es una moralidad
que se asemeja a una estatua fría sin vida: la santidad es vida.
Necesitamos santidad; y, hermanos queridos, si carecierais de
algo en cualidades mentales (aunque confío que no sea así), y
si poseéis en escasa medida el arte de la oratoria (aunque confío
que no), creedme, al deciros que una vida santa es, en sí misma,
una potencia maravillosa que suplirá la ausencia de grandes
talentos: en verdad, ella es el mejor sermón que el mejor
hombre puede pronunciar. Resolvamos, pues, obtener toda la
pureza que sea posible, toda la santidad posible de alcanzar, y
que en toda nuestra vida en este mundo de pecado pueda dar
Cristo su conformidad y será ciertamente nuestro por la obra
del Espíritu de Dios. Elévenos Dios a todos, como institución,
a mayor altura, y a El sea la gloria.
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