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RENOVADO POR FE

ANONIMO


 

Cuando Álvaro tenía ocho años  no comprendía por qué su padre llegaba ebrio  a molestar a su madre, al tiempo que despiadadamente corría  a los hijos de casa. Sus pensamientos infantiles daban rienda suelta a su imaginación: deseaba haber nacido en una familia con paz y  armonía. Se preguntaba si existía un lugar en el mundo  donde nadie  insultara y donde los hombres no bebieran alcohol.

Conforme  pasaban los años, nuestro  amigo, convertido ya en adolescente, comenzó a desarrollar actitudes peligrosas. No entendía por qué se sentía atraído hacia personas de su mismo sexo, ni por qué sus compañeros lo veían como un “bicho raro”.  ¿A quién contarle sus inquietudes si en su hogar no había más que rencor y disensiones, y lo último que se practicaba era la comprensión?  Y siendo de bajos recursos económicos, donde lo que ganaba su padre sólo alcanzaba para mantener su vicio  y mal comer, entonces, tampoco había posibilidades de consultar a un sicólogo.

Por medio de la lectura de libros, Alvaro comprendió que las inclinaciones que sentía eran homosexuales, y deseó morir.  Si su familia se enteraba, de todos modos lo mataría (pues no había antecedentes familiares con esa desviación sexual).  “¿Qué me está pasando?”,  murmuraba desesperado. Entonces solía internarse en la espesura de los montes que rodeaban su pueblito; a solas lloraba su desgracia.  “¡Por qué, por qué!” -se preguntaba el confundido muchacho. Y en medio de la soledad del campo, sólo el canto de las aves parecía responderle en un lenguaje desconocido.

Cada día le parecía un verdadero infierno.  Se acostaba cada noche con el deseo de no despertar jamás.  Mientras los días iban y venían, el gusto por los chicos persistía en él, sin remedio se daba cuenta cómo la desviación progresaba en su persona.  “¿Cómo detengo a este monstruo que me aniquila?”  Con impotencia suplicaba la ayuda de alguien, pero, ¿de quién?

En  cierta ocasión, escuchó a un ministro evangélico decir en público: “Sólo Dios puede solucionar nuestros problemas”.  Álvaro asistía regularmente a la iglesia  en donde veía diversas imágenes, ¿pero cuál de ellas era Dios?  Días después escuchó al mismo ministro decir que Dios no es de madera, ni de mármol, ni de cosa que se le parezca, sino que el Dios que vive, el Dios de verdad habita en el cielo y se  comunica con él por medio de una conversación de fe  llamada oración.

Sin embargo, sus inclinaciones sexuales no disminuían, al punto que en cierta ocasión se sintió profundamente atraído por su maestro de matemáticas del cual creyó estar enamorado.  ¡No podía resistirlo! Pero no deseaba ser un homosexual, anhelaba ser un hombre normal como los demás.

Cuando Álvaro tenía veinte años se le veía muy extraño, pues no salía a fiestas y mucho menos tenía novia; pero lo que más extrañaba era que continuamente se le veía entregado a la soledad.  Las delicadas facciones de su rostro destellaban tranquilidad, cuando se adentraba en aquella belleza mística que la flora y fauna silvestre le ofrecían bondadosamente.  Lo que todos ignoraban era que aquel desdichado joven seleccionaba esos lugares para desahogar sus pesares.

Por las mañanas desempeñaba un rol regular en la escuela, mientras que por la tarde, con el propósito de juntar leña o limpiar los maizales, se entrevistaba con aquella amiga, la soledad, que lo confrontaba.  Sin embargo, algo extraño experimentó una tarde, en la que trepado en la copa de un guayabo, se conmovieron las fibras íntimas de su corazón al sentir la presencia del Dios vivo, al descargar todas sus penas en amargo llanto.  A su familia le sorprendió oírle llegar cantando y silbando una melodía cristiano que aprendió en unas conferencias bíblicas que se estaban realizando en aquel lugar.

Álvaro deseaba contarle a alguien que aquellas últimas horas                 de ese día, mientras platicaba con Dios y le imploraba ayuda, una sensación de paz y alegría se habían conjugado para invadir su alma.

Esa noche, antes de dormir, deseó con toda su alma comunicarse con el Ser supremo, el Único que lo aceptaba sin reprocharle su conducta y que sólo deseaba transformarlo. Su oración fue la siguiente: “Señor del cielo, fue maravilloso lo que sentí esta tarde, y aunque no te veo, sé que existes porque hoy viniste a mí para consolarme.  Ahora sé que tú me creaste y seguramente deseaste que fuera un hombre y no la porquería de persona que el pecado me ha hecho ser. Por favor, enséñame el camino correcto, muéstrame la misión que debo desempeñar como ser humano. Ya no quiero sufrir el desprecio de los que me rodean, ya no quiero que me vean como a un bicho raro porque sé que me amas.  ¡Ayúdame, por piedad!”

Poco tiempo después este joven conoció el Evangelio y entregó su vida a Cristo Jesús.  El Maestro de Galilea lo ha transformado como hiciera con Saulo, el más grande perseguidor de su pueblo y quien llegó a ser el apóstol Pablo.

Hoy Álvaro es un adventista del séptimo día, agradable, sociable y participa arduamente con la iglesia para la salvación de otros.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es:  las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”  (2 Corintios 5:17


 




 
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