EL AGUA
El agua es
el componente principal de los seres vivos. De hecho, se pueden vivir meses sin alimento,
pero sólo se sobrevive unos pocos días sin agua. El cuerpo humano tiene un 75 % de agua
al nacer y cerca del 60 % en la edad adulta. Aproximadamente el 60 % de este agua se
encuentra en el interior de las células (agua intracelular). El resto (agua extracelular)
es la que circula en la sangre y baña los tejidos.
En el agua de nuestro cuerpo tienen lugar las
reacciones que nos permiten estar vivos. Esto se debe a que las enzimas (agentes proteicos
que intervienen en la transformación de las sustancias que se utilizan para la obtención
de energía y síntesis de materia propia) necesitan de un medio acuoso para que su
estructura tridimensional adopte una forma activa. El agua es el medio por el que se
comunican las células de nuestros órganos y por el que se transporta el oxígeno y los
nutrientes a nuestros tejidos. Y el agua es también la encargada de retirar de nuestro
cuerpo los residuos y productos de deshecho del metabolismo celular. Por último, gracias
a la elevada capacidad de evaporación del agua, podemos regular nuestra temperatura,
sudando o perdiéndola por las mucosas, cuando la temperatura exterior es muy elevada.
En las reacciones de combustión de los
nutrientes que tiene lugar en el interior de las células para obtener energía se
producen pequeñas cantidades de agua. Esta formación de agua es mayor al oxidar las
grasas - 1 gr. de agua por cada gr. de grasa -, que los almidones -0,6 gr. por gr., de
almidón-. El agua producida en la respiración celular se llama agua metabólica,
y es fundamental para los animales adaptados a condiciones desérticas. Si los camellos
pueden aguantar meses sin beber es porque utilizan el agua producida al quemar la grasa
acumulada en sus jorobas. En los seres humanos, la producción de agua metabólica con una
dieta normal no pasa de los 0,3 litros al día.
Necesidades diarias de agua
Es muy importante consumir una cantidad
suficiente de agua cada día para el correcto funcionamiento de los procesos de
asimilación y, sobre todo, para los de eliminación de residuos del metabolismo celular.
Necesitamos unos tres litros de agua al día como mínimo, de los que la mitad
aproximadamente los obtenemos de los alimentos y la otra mitad debemos conseguirlos
bebiendo. Por supuesto, en determinadas situaciones o etapas de la vida estas necesidades
pueden aumentar considerablemente.
Recomendaciones sobre el consumo de agua
Si consumimos agua en grandes cantidades
durante o después de las comidas, disminuimos el grado de acidez en el estómago al
diluir los jugos gástricos. Esto puede provocar que los enzimas que requieren un
determinado grado de acidez para actuar queden inactivos y la digestión se ralentice. Los
enzimas que no dejan de actuar por el descenso de la acidez, pierden eficacia al quedar
diluidos. Si las bebidas que tomamos con las comidas están frías, la temperatura del
estómago disminuye y la digestión se ralentizar aún más.
Como norma general, debemos beber en los
intervalos entre comidas, entre dos horas después de comer y media hora antes de la
siguiente comida. Está especialmente recomendado beber uno o dos vasos de agua nada más
levantarse. Así conseguimos una mejor hidratación y activamos los mecanismos de limpieza
del organismo.
En la mayoría de las
poblaciones es preferible consumir agua mineral, o de un manantial o fuente de confianza,
al agua del grifo. A las redes públicas de distribución de agua se le añaden compuestos
químicos como el flúor o el cloro, que a pesar de ser imprescindible para evitar la
contaminación microbiológica, puede resultar peligroso incluso en las dosis utilizadas
por la sanidad pública. En Estados Unidos se ha comprobado que uno de cada cuatro
cánceres de vejiga en no fumadores, o uno de cada diez en fumadores, se debe a la
cloración del agua potable. Además, si las tuberías por donde circula el agua hasta
nuestro grifo están hechas de plomo, es conveniente saber que este metal pesado se
disuelve en el agua de consumo, y que el plomo es un tóxico para el organismo. Al ser
ingerido, aún en dosis pequeñísimas, puede dar lugar a graves enfermedades. También se
pueden encontrar en el agua del grifo otros elementos altamente tóxicos como el mercurio,
el cadmio y los nitratos de los pesticidas agrícolas (especialmente en zonas industriales
o agrícolas).
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